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Por Miguel Ángel Cuevas

Hay pipas, caramelos, chufas…y patatas fritas, palomitas, bocatas varios (el clásico de toda la vida, el de tortilla de patata que engullías junto al humazo de los puros del vecindario), sandwiches…Otro asunto es lo que a los aficionados más arriesgados se les ocurre a veces llevar de casa a un campo de fútbol para matar el hambre o los nervios: nécoras, percebes, caldo de cocido, bacalao al pil-pil, sushi…Por aquello de que junto al Cantábrico no se come nada mal, empezaremos por el entrañable y moribundo San Mamés: un espectáculo «gastronómico-deportivo» en los años 80. El equipo ganaba las que han sido sus últimas Ligas y los aficionados lo daban todo cada minuto de partido, y también en el intermedio. Una fiesta en la que se repasaban los goles de Sarabia, Dani o Goikoetxea mientras se comía con pasión. Bocadillos especialmente pero también podían verse panzadas de cuarto de hora: cazuelas como bañeras de chipirones, bacalao, cocochas o marmitako. Cocinadas esa misma mañana en algún txoko de la ciudad y calentadas con un camping gas durante la primera parte.

Menos espectacular, más íntimo y exquisito, el termo con caldo casero que los más espabilados llevan todavía a la Catedral. El caldo es bebida de dioses cuando el frío y la humedad abrazan el cuerpo del aficionado prácticamente inmóvil durante dos horas. Al mismo nivel se sitúa el otro líquido sagrado que no debe faltar en un campo de fútbol: el vino. A ser posible en bota, que para eso está pensada: para utilizarla al aire libre. Son buenas costumbres que no hacen daño a nadie y deberían perdurar: esa invitación de un trago de vino del vecino de asiento y así ya te va pareciendo menos zoquete cuando critica a algún jugador local. Eso sí, lo coherente es creerse la condición sagrada de San Mamés y tener claro que a una Catedral no se va a comer ni pipas, ni bocatas, ni nada que nos distraiga de nuestra entrega al equipo y al partido.

La bota de vino acompañada del puro, todo un clásico en San Mamés (Foto: Elcorreo.com)
La bota de vino acompañada del puro, todo un clásico en San Mamés (Foto: Elcorreo.com)

Si seguimos la costa hacia el oeste mientras saludamos en El Sardinero o en El Molinón, llegamos a Riazor y sus «collares de nécoras». Algunos seguidores del Super Depor los lucían en los años gloriosos del equipo. Varios de esos crustáceos insertados en un sedal que colgaba del cuello del aficionado. Esas nécoras tenían más de disfraz que de alimento. De las zonas VIP y sus fabulosas y más bien vulgares atenciones, para qué hablar si podemos recordar aquel bocata de torreznos en Los Pajaritos, ese gazpacho de finales de agosto en el Benito Villamarín, el pescaíto en La Rosaleda, las magras con tomate en El Reino de Navarra o los caracoles en Cornellá.

En algunos casos la imaginación permite crear hasta estadios comibles.

En cuanto a las nuevas generaciones de aficionados, buscan nuevas formas de montarse el picnic de una manera cómoda sin tener que cocinar en casa. Solo a ellos se les ocurre convertir en universal el bocado gastronómico. Piden comida a domicilio a la hora convenida en una puerta del estadio. Sin salir del mismo, a la altura del torno, se hace el pago y a disfrutar de la pizza, el ceviche, el sushi o el kebab. Siempre se dijo que la vida y el fútbol son para listos, también para aficionados espabilados. Eso sí, es conveniente dar ejemplo a la hora de gestionar el picoteo deportivo, como estos seguidores de la selección de balonmano en el pasado Mundial que no tiraban las cáscaras de las pipas al suelo, sino ¡dentro de una bolsa!. Inaudito en un estadio de fútbol pero siempre admirable.

Es recomendable no dejar restos de nuestro picoteo, como estos cívicos aficionados en el último mundial de balonmano.

 

¿Qué es lo más curioso que habéis visto comer en un recinto deportivo? Esperamos vuestras sugerencias para nuestro próximo picnic ahora que está a punto de llegar el buen tiempo.

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