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Por Luis Murillo Arias (@lmurilloarias)

El mítico tenista mallorquín, padre de los dos retoños de Carolina Cerezuela y retirado de las pistas hace poco más de un año, ha manifestado en varias ocasiones que si pudiera revivir algún momento de su carrera serían las dos semanas del Open de Australia de 1997.  Cuando llegó a aquel torneo era un pipiolo de veinte años con proyección que nunca había estado entre los 25 mejores del mundo. Tenía toda la ilusión, la ambición y las ganas de un principiante, pero no disputó el torneo como si fuera uno de ellos. Acababa de ganar en Sidney, donde no habían acudido las grandes raquetas y el partido de primera ronda lo tenía que disputar contra Boris Becker, el ganador en Melbourne el año anterior. El alemán no sabía con lo que se iba a encontrar.

El momento clave, la victoria antre Becker

El joven Carlos jugó ese partido con una inusitada frescura que pilló desprevenido al alemán.  Se le quedó la misma cara que se le quedaría años después cuando una mujer con extrañas habilidades le reclamó la paternidad de un crío. Fueron cinco sets de infarto, de toma y daca. El resultado final (7-5, 6-7, 6-2, 1-6, 6-4) y el pase a la siguiente ronda para el español le dio toda la confianza que necesitaba para afrontar los siguientes partidos. A partir de ahí ya hablaban de él como el chico que había eliminado al campeón.

Carlos Moyà y Pete Sampras, tras la final.

Un victoria de este tipo produce en los aspirantes dos reacciones diferentes: relajarse tras lo que puede considerarse un éxito y perder el siguiente partido o tomar confianza como para seguir con la tensión suficiente para continuar avanzando rondas. A él le ocurrió lo segundo. Carlos siempre dice que el ambiente en Melbourne es especial porque, al estar Australia tan lejos, van menos familiares y amigos de los jugadores, por lo que, en realidad y aunque parezca paradójico, están más en famlia. El hotel está cerca de las pistas y es todo relativamente más íntimo. Quizá este ambiente brindó a Moyà la situación perfecta para ir avanzando sin presión ronda tras ronda. El siguiente en caer fue el mítico John McEnroe en cuatro sets. Por el camino se quedaron también ante el poderoso tenis del mallorquín Karbacher, Bjorkman y Félix Mantilla. El joven melenas se había plantado en la semifinal que disputaría frente a otro tenista histórico, el estadounidense Michael Chang.

Convertir los nervios en motivación

Gracias a su preparador de entonces, José Perlas, desarrolló durante el torneo una estrategia. Trataba de convertir los nervios en motivación y, para ello, había venido trabajando mucho la mentalidad. Otra cosa que Carlos cree que le hizo llegar tan lejos fue el hecho de acudir a todos los torneos que podía que se jugaban en pista rápida aunque cayera en las primeras rondas. Poco a poco se había ido acostumbrando a la superficie. Los nervios estaban y el partido importante en ese momento era contra Chang. Carlos pensaba exprimir sus posibilidades al máximo.  Salió tan concentrado que venció al tenista de origen oriental en tan solo tres sets: 7-5, 6-2, 6-2. No se lo podía creer. Con sólo 20 años se había plantado en la final de un grand slam. El último español que había llegado hasta aquí en Australia había sido Andrés Gimeno en 1969, nada menos que 28 años antes.

La final no tuvo color

Puede ser que Carlos Moyà no tuviese en la final la fortaleza que había demostrado hasta el momento, quizá porque llegar hasta donde había llegado ya era un éxito. O, también, más probable, lo que le pasó a Carlos en ese partido es que se enfrentaba al mejor tenista del momento, el norteamericano Pete Sampras.  Lo cierto es que su rival fue mejor en todo, tanto en el servicio, como desde el fondo de la pista o en la red. El choque duró 1 hora y 27 minutos y Moyà cayó en tres sets: 6-2, 6-3, 6-3.

El tenista mallorquín no ganó el torneo pero haber llegado a la final derrotando a los mejores tenistas del mundo le había supuesto salir de Australia en el top ten de la ATP. Todos recordamos a un joven de pelo largo y con una gorra con los colores de la bandera de España que al recoger el premio de finalista dijo en castellano: «Hasta luego, Lucas». Le había hecho a un amigo la promesa de que si llegara a la final, lo diría. No sabemos si el Chiquito de la Calzada se sintió orgulloso de ello o nunca se llegó a enterar.

Era el comienzo de una carrera llena de éxitos.  En los años posteriores, Carlos Moyà ganó Roland Garros, llegó a ser número uno del mundo y fue clave en la final de la Copa Davis que venció España en 2004 en Sevilla. Hoy es un orgulloso padre de familia, que se mantiene activo en el circuito senior y  que aspira a ser algún día Capitán del Equipo Español de Copa Davis. Trasnocha para ver los partidos que se disputan estos días en el Open de Australia con una mezcla de satisfacción por una carrera llena de gratificaciones y nostalgia por no poder competir en su torneo favorito.

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