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Por Luis Murillo Arias 

Aunque en otros deportes está a la orden del día, sobre todo porque, por ejemplo, un atleta puede participar en competiciones internacionales hasta con tres o cuatro nacionalidades diferentes, en el fútbol todavía hay gente que no se acostumbra. La convocatoria de Diego Costa, el futbolista de origen brasileño, por primera vez con la selección española, venía precedida de una lucha burocrática, y algunos dirían que hasta diplomática, con la Federación de Brasil. En España muchos lo reciben con los brazos abiertos debido a la excelente temporada que está realizando con el Atlético de Madrid y a que piensan que puede aportar un salto de calidad al combinado nacional. Otros, sin embargo, que se consideran más puristas, alegan, por un lado, que existen delanteros de calidad en España, como Negredo, Torres, Llorente, Villa, Soldado o Michu, para que sean necesario nacionalizar un exranjero. Para ellos carece de sentido una competición entre naciones si algunos jugadores defienden los colores de países que no son suyos. El debate está abierto.

Sin embargo, el tema de las nacionalizaciones ha existido desde siempre, aunque lejos quedan ya los tiempos en que los futbolistas podían disputar partidos oficiales con diferentes nacionalidades a lo largo de su carrera. Di Stefano, por ejemplo, jugó con Argentina, Colombia y España. Puskas participó con Hungría y con España. En la actualidad, un jugador que disputa un minuto de un partido oficial con una selección no puede volver a ser alineado con otra. De ahí la importancia para el futbolista de pensar bien con qué país quiere jugar, ya que será como teóricamente el matromonio, para toda la vida.

Alfredo di Stefano con la camiseta de la selección española.
Alfredo di Stefano con la camiseta de la selección española.

En la historia reciente de la selección española hemos tenido diferentes casos. Por ejemplo, jugaron con nuestro país los argentinos Juan Antonio Pizzi y Mariano Pernía y los brasileños Donato y Marcos Senna, que formó parte del combinado que se hizo con la Eurocopa de 2008. Aparantemente ninguno de ellos aportó el valor añadido que se cree que sí puede traernos Costa, de ahí la insistencia del cuerpo técnico de la selección.

Los nacionalizados siempre han traído controversia en Italia

Un país que últimamente está convocando bastantes futbolistas nacionalizados es el transalpino, pese a que casi siempre genera un gran rechazo entre los tiffosi más radicales y los partidos cercanos a la extrema derecha. Por ejemplo, la Liga Norte, muy disgustada con las convocatorias del seleccionador italiano, declaró: «La convocatoria de Osvaldo en la selección certifica el fracaso definitivo de la política de la Federación Italiana. El proyecto de Cesare Prandelli, que habría debido llevar a nuestro jóvenes talentos a vestir la camiseta azzurra, se está transformado en una pensión para nativos».

En los últimos dos años han jugado con Italia el delantero de origen argentino, Osvaldo, ex integrante del Espanyol, y el medio centro Thiago Motta, nacido en Brasil y que militó en el FC Barcelona. Cuando este último llegó a la selección azzurra, afirmó: «No me sé el himno, pero me siento 100% italiano». Sorprendentemente, el centrocampista fue bien acogido por los tiffosi, todo lo contrario que otros compañeros como Amauri, Camoranesi o el propio Balotelli.

Amauri, delantero brasileño que brilló alguna temporada en la Serie A, acudió a la llamada de la azzurra ante la imposibilidad de ser convocado con Brasil y lo dejó manifiesto desde el primer momento: «Me sé el himno italiano, pero no pienso cantarlo». Esta frase enervó a los tifossi que le hicieron un recibimiento que nunca olvidará. Amauri sólo disputo un partido con el combinado italiano en 2010. No sabemos si la opinión de la hinchada tuvo que ver o fue la caída de su rendimiento la causa de que no lo volvieran a llamar. Mauro Camoranesi, por su parte, se crió futbolísticamente en Argentina y su mayor sueño era vestir la albiceleste en alguna ocasión. Llegó al calcio con la idea de que ese paso en su carrera le diera el pasaporte para jugar con la selección de su país, sin embargo la llamada del entonces seleccionador Marcelo Bielsa nunca se produjo. Desde su club, la Juventus, le presionaban para que jugara con la azzurra. Finalmente accedió, pero el hecho de que fuera casi obligado tampoco gustó a la hinchada italiana, que nunca lo aceptó como uno de los suyos. Camoranesi formó parte del combinado transalpino que ganó el Mundial de 2006 en Alemania.

El caso de Balotelli es diferente, nacido en Italia, aunque de origen ganhés, todavía no se ha ganado el apoyo incondicional de los tiffosi debido a su raza. «No hay italianos negros», claman algunos, los mismos que le llaman ‘sporco negro’ desde la grada.

Alemania y su fijación con los polacos

El país teutón nunca ha tenido problemas con las nacionalizaciones, sobre todo viendo los combinados que ha llevado a las últimas competiciones internacionales. Futbolistas nacidos en Polonia como Miroslav Klose (máximo jugador en la historia de Alemania), Lukas Podolski o el sevillista Trochovski han sido piezas claves en la selección germana. No hay que olvidar tampoco el caso del brasieño Cacau, que durante algunos años fue el ocupante de la delantera del rodillo.

Los dos delanteros polacos juegan con la selección germana.
Klose y Podolski en un partido con la selección alemana.

Alemania, por su parte, es uno de los países que más ha aprovechado la inmigración que ha recibido su país en las últimas décadas para dar un salto de calidad con su selección. Por ejemplo, en el combinado teutón juegan Ozil y Gundogan, que son de origen turco, Sami Khedira, de procedencia tunecina, y Jérôme Boateng, de ascendencia ghanesa. Se da la circunstancia de que este último se ha enfrentado en alguna ocasión a su hermano Kevin-Prince Boateng, jugador del Schalke 04, nacido en Alemania pero que decidió competir por el país de origen de sus padres, Ghana. Algo parecido podría suceder con los hermanos Alcántara, Thiago por España y su hermano Rafinha, que ha optado por Brasil.

Francia y sus históricas colonias

Muchos de los franceses que vieron ganar a su selección el mundial disputado en su país no se sentían del todo identificados con ella, sobre todo aquellos de extrema derecha, pues en aquel combinado jugaban Christian Karembeau, nacido en Nueva Caledonia; Bernard Lama, nacido en el departamento de Indre y Loira, pero originario de la Guyana Francesa; Marcel Desailly, nacido en Ghana; Patrick Vieira, nacido en Senegal; Youri Djorkaeff, nacido en Francia pero de origen armenio; Zinedine Zidane, nacido en Marsella, pero de origen argelino; Thierry Henry, francés, pero cuyas raíces se asientan en las Antillas Menores, y David Trezeguet, también francés, pero de origen argentino.  Supieron aprovechar a aquellos jugadores procedentes de países que en su día fueron colonias francesas y también a los que, como inmigrantes, ellos o sus familias habían recalado en el país galo.

Queramos o no queramos vivimos en un mundo globalizado y ello conlleva que las fronteras, las físicas, las sentimentales y las laborales sean cada vez más difusas. Por eso, quizás debamos plantearnos el Mundial como una oportunidad para ver buen fútbol y, los que lo deseen, vivir una rivalidad sana, pero nunca como arma arrojadiza en el ámbito político, mucho menos habiendo violencia de por medio. Que cada futbolista juegue con el país con el que se sienta más identificado sin importar su lugar de nacimiento.

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