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Por Daniel Riobóo Buezo 

La muerte de Nelson Mandela ha consternado a todo el mundo y el deporte no ha sido una excepción. Ha sido una de las personalidades inolvidables del siglo XX y uno de esos escasos políticos sobre los que prácticamente ha existido una admiración global. Hace algunos meses en Brasil y Turquía hubo protestas ante el despilfarro económico para organizar eventos deportivos y es conveniente recordar que acoger un gran acontecimiento puede servir para mejorar una sociedad y un país e incluso asentar una democracia. Mandela y Sudáfrica son el mejor ejemplo, no por el mundial de fútbol de 2010 sino por lo que supuso la organización de la Copa del Mundo de rugby de 1995 (el tercer evento deportivo a nivel mundial tras los Juegos Olímpicos y el mundial de fútbol). Y es que Nelson Mandela utilizó el deporte para conseguir sus fines políticos, algo totalmente lícito e innovador en aquel momento.

El deporte es una suerte de guerra moderna en el que las naciones pelean entre sí y en donde el orgullo nacional y el patriotismo están en juego pero rara vez hay víctimas de por medio, sin duda una forma infinitamente más pacífica y civilizada de lucha entre países. Nelson Mandela utilizó el deporte del pueblo que le oprimió para ganar su particular guerra, una batalla pacífica en la que, lejos de oprimir al antiguo enemigo blanco, le tendió la mano para construir juntos una nueva nación y dar ejemplo al mundo. Sudáfrica está hoy todavía lejos de lograr una igualdad total entre blancos, negros e indios más allá de la que garantiza la constitución pero ya ha recorrido gran parte del camino. Pero sin el sacrificio, la paciencia y la dedicación de Mandela probablemente nunca lo hubiera podido conseguir. Y su labor ha sido un ejemplo para el resto del mundo. Son numerosos quienes han seguido su ejemplo mientras es realmente difícil encontrar a alguien que pueda hablar mal de él.

Mandela es una de las grandes personalidades del siglo XX.
Mandela es una de las grandes personalidades del siglo XX.

Mandela, un mito para la liberación africana

La historia personal de Nelson Mandela es una mezcla de resistencia, paciencia y pragmatismo sin olvidar sus ideales. Militante activo en la lucha contra el apartheid, fue encarcelado por su participación en actos de resistencia armada al ser considerado por el régimen del apartheid como un terrorista. Durante sus 27 años de cautiverio en la prisión de Robben Island, en frente de Ciudad del Cabo, Mandela no dejó de participar en la causa de la liberación negra convirtiéndose en la figura más conocida en la lucha contra el racismo.

El progresivo aislamiento internacional de los gobiernos afrikaner propició su liberación en 1990 y la consiguiente transición del país hacia una democracia que celebró sus primeras elecciones libres en 1994 eligiendo a Mandela como primer presidente democrático. Un año antes le había sido otorgado el premio nobel de la paz junto a Frederik De Klerk, el último presidente del antiguo régimen y con quién Mandela puso en marcha la política de reconciliación nacional ganándose poco a poco a todos los estamentos del poder blanco. Mandela, conocido familiarmente como Madiba, el apelativo de los sabios de su tribu, prefirió elegir el perdón antes que la venganza y trabajó por la integración entre negros y blancos y por la pacificación del país antes que dejarse llevar por el revanchismo para sorpresa de los antiguos opresores. Como declaró tras salir de prisión, «de una desmesurada catástrofe humana debe nacer una sociedad de la que la humanidad se sienta orgullosa».

Nelson Mandela y Peter De Klerk recibieron conjuntamente el premio Nobel de la Paz en 1993.
Nelson Mandela y Frederik De Klerk recibieron el Nobel de la Paz en 1993. Desmond Tutú lo había recibido en 1984.

Durante sus veintisiete años de prisión en Roben Island Mandela fue consiguiendo poco a poco tener más pequeños privilegios frente al resto de presos gracias a su encanto personal. Una de las primeras cosas que pidió fue una radio, después prensa y finalmente una pequeña televisión. A través de ellos se informaba de lo que ocurría en Sudáfrica y en el resto del mundo. Pero también aprendía afrikaans, el idioma de los boers, los descendientes de los holandeses que habían oprimido durante más de cuarenta años a la población nativa del país a través del «apartheid» (separación). Madiba también empezó a aprender cómo funcionaba el rugby, el idioma de los blancos. En un principio no le interesaba demasiado. Luego se fue familiarizando hasta casi hacerse un experto. Sería un tema de conversación que le permitiría ganarse a sus captores en un primer momento y a las más altas instancias gubernamentales después. El colofón a su aprendizaje llegó bajo su presidencia con la organización del mundial de 1995.

En esta celda pasó Mandela gran parte de sus 27 años de cautiverio.
En esta minúscula celda de la prisión de Robben Island pasó Mandela 18 de sus 27 años de cautiverio.

Una vez liberado, Mandela fue utilizando sus armas de seducción y su apuesta por el consenso para lograr unificar el voto negro y conseguir así que un moderado Congreso Nacional Africano consiguiera dos tercios de los votos en las elecciones de 1994. Así se convertiría en presidente de un gobierno de coalición que incluiría al saliente De Klerk como vicepresidente tras lograr su partido el 20% de los votos y dejando en anecdóticos los resultados de los partidos más radicales (los antiblancos y la extrema derecha racista afrikaner). Las primeras piedras de una nueva Sudáfrica estaban puestas e incluyeron gestos simbólicos como mantener en sus cargos públicos a la mayoría de representantes de los gobiernos blancos anteriores, para sorpresa de ellos mismos. Además un tercio del nuevo parlamento pasó a estar compuesto por mujeres. La principal preocupación de Mandela era, por encima de otorgar derechos básicos a la población negra, sentar las bases de una nueva democracia en un país dividido histórica, cultural y racialmente y, como hizo Garibaldi en Italia, «hacer sudafricanos». Y para ello utilizaría curiosamente el deporte, algo de lo que quedó convencido tras asistir a los Juegos Olímpicos de Barcelona y comprobar su capacidad para emocionar y unir a las personas.

El rugby, el deporte más noble convertido en instrumento político

Existe una frase que afirma que “el fútbol es un deporte de caballeros jugado por cerdos mientras que el rugby es un deporte de cerdos jugado por caballeros”. Pues bien, el rugby fue una herramienta decisiva que Nelson Mandela utilizó para lograr la reconciliación nacional tras más de cuarenta años de segregación racial legal en Sudáfrica. Siempre fue el deporte de los blancos (y de los ricos) mientras que el fútbol era el deporte de los negros (y de los pobres), ambos símbolos de un país claramente dividido. El deporte del balón ovalado estaba tan ligado al apartheid que los «Springboks» habían estado sancionados sin poder participar en las dos primeras ediciones de la Copa del Mundo. Mandela tuvo entonces la visión de aprovechar este deporte primero para conseguir la simpatía de los afrikaners al pedir que terminara la sanción para competir internacionalmente y después, para utilizarlo con fines políticos. Así, la primera participación y la organización del torneo por Sudáfrica en 1995 podría servir para fomentar el perdón y unir a todo un país bajo el lema de “un deporte, un país”.

El torneo, de la duda al convencimiento

A lo largo de sus cinco años de mandato (de 1994 a 1999) para Mandela la Copa del mundo de rugby de 1995 fue el principal imperativo estratégico ya que comprendió que podía usar el deporte para la construcción nacional y para promover las ideas que condujeran a la paz y la estabilidad. Pero no fue un cálculo puramente frío sino que tanto Mandela, en un primer momento, como la mayoría de la población negra se dejaron arrastrar por el fervor para convertirse en aficionados patriotas de un deporte que hasta poco antes tenía un significado claramente ligado al apartheid y la discriminación. Y para lograrlo, Mandela tuvo que ganar también muchas batallas internas ya que, si el apartheid tenía tres símbolos, estos eran la bandera, el himno y los Springboks. La bandera se cambió, se aceptaron dos himnos oficiales, pero los Springboks no conseguían atraer a una población negra que siempre lo ligó a la dominación y la represión blanca.

El mismo recorrido de los Springboks en el torneo simboliza lo que significó. Antes del primer partido contra el campeón del mundo, Australia, Mandela visitó a los jugadores para ganárselos para su causa y despejar dudas. Incluso los propios jugadores aprendieron a cantar el himno de la población negra, el Nkosi Sikelele, en idioma xhosa, un cántico que, unido junto al tradicional Die Stem que glosaba las hazañas de los bóers, supondría querer unir ambas historias y culturas con un fin común.

A lo largo del torneo se presentaron más dificultades, deportivas y sociales, aunque el esfuerzo de los jugadores también contribuyó al éxito final en todos los sentidos. El gobierno utilizó la imagen de Chester Williams, el único jugador no blanco del equipo (aunque mestizo y hablante de afrikaans) para mostrar al país y al mundo la nueva Sudáfrica. También James Small, blanco pero británico, tuvo que superar su marginación inicial para arrimar el hombro junto a los afrikaners y acercar el rugby a todas las razas y las clases sociales. Y, por encima de todos, François Pienaar, el capitán del equipo, alguien al que en un deporte como el rugby se le guarda un respeto reverencial. A Pienaar y al mánager del equipo, Morné du Plessis, les encargó Mandela una misión más allá del deseable título en juego: que la población negra fuera capaz de empatizar y animar a un equipo plagado de blancos y que los jugadores blancos sintieran que representaban a un país con una mayoría de población negra.

François Pienaar recibió la Copa del mundo de manos de mandela y en presencia del vicepresidente De Klerk.
François Pienaar recibió la Copa del mundo de manos de mandela y en presencia del vicepresidente De Klerk.

Y con un fin tan noble el destino y la suerte decidieron también aliarse con los Springboks al superar a Francia en una semifinal que pudo dejarles sin opciones de jugar la final y que se decantó por un golpe de fortuna. Y de nuevo lo mismo ocurrió en la gran final cuando Sudáfrica consiguió doblegar a los casi invencibles All Blacks de Jonah Lomu tras una prórroga. Entonces todo el país estalló en un júbilo y una comunión nunca vista antes para celebrar el título y, todavía sin llegarlo a interiorizar del todo, la reconciliación. Y es que Sudáfrica había jugado con ventaja con Nueva Zelanda. Como sus propios jugadores manifestaron después, tras oír a todo el estadio aclamar a Mandela, era hasta descortés ganar a Sudáfrica que, aquel 24 de junio de 1995 contó con un jugador más, el número dieciséis, que no anotó ningún punto pero les convenció de su deber y consiguió motivarles para, no solo ganar un título de rugby, sino sobre todo hacerlo para unificar a un país.

Mandela en la literatura y el cine

Existe numerosa literatura y filmografía sobre Mandela pero de acuerdo al propósito de este reportaje destacamos tres libros y tres películas. Por un lado «Conversaciones conmigo mismo», el libro en el que se muestran sus reflexiones personales, los borradores de cartas a jefes de Estado y sus diarios durante su estancia en prisión. Un cautiverio que también se refleja en «Adios Bafana» la película dirigida por Billie August basada en la relación de Mandela con uno de sus carceleros, James Gregory, que en un principio considera a Mandela y sus compañeros del CNA como terroristas sin piedad para poco a poco, a medida que logra conocerle, terminar entablando una relación de amistad profunda y sincera, cuestionando su propio apoyo al apartheid.

Además, próximamente será estrenada la adaptación de su autobiografía «El largo camino hacia la libertad» bajo el título: «Mandela, del mito al hombre» y en donde será interpretado por el actor británico Idris Elba.

Las otras dos obras están directamente relacionadas con la utilización del rugby por Mandela para conseguir reconciliar a las dos Sudáfricas. Por un lado, «El factor humano», el libro de John Carlin sobre Mandela y su utilización del rugby como instrumento político e «Invictus», la película de Clint Eastwood que adapta este pasaje concreto del libro. John Carlin, periodista y escritor británico, ejerció como corresponsal en Sudáfrica de 1989 a 1995 y pudo vivir los hechos fundamentales en su historia reciente: el fin del apartheid, la salida de la cárcel de Nelson Mandela, su elección como el primer presidente negro de la historia del país o la consecución del primer mundial de rugby para Sudáfrica, tema central del filme. Su conocimiento de Nelson Mandela y del hecho concreto de su utilización del rugby como herramienta política de reconciliación inspiró su libro, magníficamente llevado al cine.

 

Un ejemplo de cómo ejercer el poder para cambiar a un país

Hoy en día la mayoría de políticos buscan el poder como fin, no como medio. Tampoco suelen barajar la inclusión, una vez que gobiernan suelen pasar factura a los partidos e ideologías rivales y rara vez buscan el consenso. Mandela hizo lo contrario al tomar el poder. Lejos de moverse por el extendido sentimiento de revancha decidió algo más inteligente y audaz, apostar por la reconciliación. La población blanca de Sudáfrica fue la primera sorprendida. Y tampoco tuvo ansias de perpetuarse en el poder, rechazó continuar y solo dirigió el país durante un mandato. Desde entonces el país ha evolucionado paso a paso reduciendo las desigualdades y consiguiendo día a día una mayor tolerancia. Pero cualquiera que haya estado en Sudáfrica se da cuenta rápidamente de que hay mucho por hacer porque los sucesores de Mandela en la presidencia no han estado a su altura. Las diferentes razas no se mezclan tanto como deberían aunque sí mucho más que antes y todavía hay diferencias económicas evidentes entre ellas. Por ejemplo, rara vez te atiende un blanco en un restaurante o una gasolinera y tampoco es tan común encontrar a un jefe de raza negra; todo cambio de esa magnitud lleva su tiempo y Sudáfrica no es una excepción. Pero cuando se visita el museo del apartheid en Johannesburgo también puedes darte cuenta de que ya no se producen las atrocidades y las injusticias que allí se pueden revivir. Cuando se sale del mismo y te da el sol que casi siempre domina la ciudad, te sientes inmediatamente aliviado. Gracias a Mandela Sudáfrica es hoy un lugar más justo e infinitamente mejor para vivir que hace veinte años. Y ese es el mejor legado que ha podido dejar.

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