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Por Luis Murillo Arias 

Brasil es un país de buenrollistas, que presume de un temperamento alegre, de fervor por la fiesta y la samba, de tener una capacidad especial para hacer el amor y, sobre todo en los últimos años, de haber experimentado un crecimiento que lo sitúa como una de las economías más potentes del mundo y, sin duda, como la más desarrollada actualmente de Latinoamérica. Por otro lado, en lo que se refiere a lo que nos concierne, va a albergar en los tres próximos años los dos acontecimientos más importantes del planeta deportivo, el Mundial en 2014 y los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016. Estos datos que, sin duda, deberían tener contentos a los brasileños, sobre todo a un país capaz de hacer bailar samba al mismísimo Papa Francisco y sus colegas de la cúpula del Vaticano en la reciente Jornada Mundial de la Juventud, genera un gran clima de controversia en el país. ¿Por qué? Sencillamente porque las cosas no son como aparentan.

Si en términos macroeconómicos parece una época de bonzanza, en la realidad del país se mantienen las grandes diferencias sociales entre los más ricos y los más pobres, entre los que se pueden pagar una buena educación y aquellos que no se pueden permitir enviar a sus hijos a estudiar. Sí, Brasil es un país de contrastes. Por un lado, las modernas ciudades como centros financieros. Por otro, las favelas, la violencia y la pobreza. De ahí las protestas y los altercados que se sucedieron durante la pasada celebración de la Copa Confederaciones, donde legiones de indignados no podían entender que se gastaran millones y millones de reales en la celebración de estos acontecimientos deportivos y no se empleara ese dinero en intentar reducir las diferencias sociales a través de la educación y la sanidad.

Las favelas de Brasil conviven con los grandes centros financieros.

Es decir, Brasil sigue siendo un país donde hay mucha pobreza y mucha necesidad y, por otro lado, se trata de un lugar en el que prima una religión por encima de todas las demás. Y no, no es ni el catolicismo ni la Iglesia evangélica, que sabemos que tienen sus adeptos. Se trata del fútbol, una fiebre que, en muchos casos, ayuda a los jóvenes a estar lejos de las drogas y la violencia y, en otras ocasiones, ese sueño les lleva directamente a una vida desgraciada, aún más que la que mantenían en la pobreza en sus lugares de origen. Estamos hablando del tráfico de personas, de aquellos que haciéndose pasar por ojeadores o buscadores de talentos captan a chicos de clase social pobre cuyo sueño es convertirse en los nuevos Neymar o Ronaldinho, y que finalmente terminan en países tercermundistas convertidos en esclavos. A veces incluso en el propio Brasil.

Los venden a ligas de países como China, Vietnam o la India y allí son desposeídos de todos sus documentos para acabar viviendo en la esclavitud más absoluta. Son acosados y amenazados para que no denuncien su situación a las autoridades. En ocasiones les dicen que si lo hacen matarán a sus familias. Pasan a ser propiedad de las mafias. A convertir su sueño en la más truculenta de las pesadillas. Para saber más sobre estos métodos os aconsejamos leer la investigación de Luiz Antonio Guimarâes, ex secretario general de Justicia y Defensa del estado de Sao Paulo.

El sueño de los jóvenes brasileños de convertirse en futbolistas profesionales a toda costa.
El sueño de los jóvenes brasileños de convertirse en futbolistas profesionales a toda costa.

Según cifras de la ONU, el negocio de la explotación de seres humanos mueve 32.000 millones de dólares al año y afecta a 2,5 millones de personas en todo el mundo. En el caso de los niños reclutados con idea de convertirse en estrellas del fútbol, según cuenta la coordinadora de la Secretaría de Justicia y de Defensa de la Ciudadanía del Estado de Sao Paulo, «no están escolarizados y tienen una situación precaria de vivienda, seguridad y alimentación. Son sometidos a agresiones físicas y sexuales. Todas esas son violaciones de las leyes brasileñas de protección a la infancia y a la juventud (Estatuto de la Niñez y el Adolescente) y de la ley de protección de los jóvenes atletas (Ley Pelé). Reclutan a jóvenes talentos a través de contratos con cláusulas desventajosas, nulos y sin efecto. Además de la falsificación de documentos, abandono de adolescentes, entre otros abusos, maltratos y violaciones de derechos humanos.

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Brasil cree que la solución a este problema está en la información y la prevención. Por este motivo ha publicado una guía de orientación a jugadores de fútbol y otros atletas que quieran trabajar en el exterior. Legalmente, está práctica sólo está recogida en la ley si el destino final es la prostitución. Chicos que quieren ser Neymar y acaban en un prostíbulo de los más bajos fondos de cualquier ciudad completamente desconocida. No hay mejor definición de lo que más que una pesadilla es un terror nocturno que se convierte en realidad.

Una historia de tráfico de fútbolistas.
Una historia de tráfico de fútbolistas.

Diamantes Negros

Sobre este mismo asunto, pero no en Brasil, sino en África y con destino final Europa, en el próximo otoño se va a estrenar la película ‘Diamantes negros’, dirigida por Miguel Alcantud, que fuera, entre otras series, director de El Internado. Narra el viaje de Amadou y Moussa, que son captados en Mali por un ojeador de fútbol, separados de sus familias y llevados a Madrid para triunfar. Vivirán entonces un periplo por España, Portugal y el norte de Europa que les enseñará de primera mano las sombras del deporte rey.

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