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Por Daniel Riobóo Buezo 

El 25 de julio de 1992, día del que ahora se cumplen 30 años, será recordado por muchos como el de la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona y como el punto de partida de la edad de oro del deporte español. La apuesta gubernamental por invertir en las disciplinas olímpicas a través del plan ADO traería nada menos que 22 medallas (13 de oro, 7 de plata y 2 de bronce) en el mejor resultado jamás conseguido por nuestro deporte en una cita olímpica. Nacía así una generación de deportistas apoyada desde el estado, emulada por las generaciones posteriores y con un grado de profesionalización y un apoyo económico no conocido antes en España.

Pocos días antes de la inauguración, el 21 de julio, moría José Manuel Ibar, «Urtain» al saltar desde la ventana de su décimo piso en la calle Fermín Caballero en el norte de Madrid, un boxeador que saboreó el cielo para más tarde descender a los infiernos asfixiado por deudas y  problemas familiares tras haber dilapidado la fortuna que había conseguido en los cuadriláteros. Con la desaparición de Urtaín moría también una época del deporte español, la de los genios esporádicos nacidos por generación espontánea y nacía otra, la de la profesionalización del deporte, los planes estatales y el apoyo de empresas patrocinadoras.

Aquel caluroso día de julio todos los españoles soñaban con el relevo de la antorcha de Epi y con la flecha del arquero José Antonio Rebollo que iluminaría el pebetero del estadio Olímpico de Montjuic. Pero, desde primera hora de la mañana, las radios alertaban del suicidio de un deportista al que el país prácticamente había olvidado y que, a finales de los años 60 y 70 fue un auténtico ídolo, un gigante de apariencia invencible al que finalmente noqueó la depresión.

Barcelona 92 supuso el final de una época y el inicio de la era dorada del deporte español.

José Manuel Ibar Azpiazu fue un personaje excesivo, como bien mostraba la exitosa obra teatral que el grupo Animalario le dedicó hace 15 años. En ella se narraba la vida del genio de Cestona en cronología inversa, desde su muerte hasta sus orígenes. Encarnado por Roberto Álamo, en la multipremiada representación revivíamos desde sus travesuras en el caserío guipuzcoano de Urtain, de dónde le venía el apodo, hasta sus éxitos en los rings y su pasión por disfrutar la vida al límite, rodeado de mujeres bellas y de amistades interesadas que, cuando llegaron los días oscuros, le abandonaron con la misma rapidez con la que en los dorados se habían acercado a él.

La vida de Urtain fue llevada al teatro con éxito por Animalario.

Antes Urtain consiguió ser el mejor peso pesado de la historia del boxeo español, cuando este deporte levantaba pasiones y no estaba aún proscrito mediáticamente. El púgil vasco conquistó por primera vez el cinturón de campeón de Europa de los pesos pesados en 1970 tras derrotar en un abarrotado Palacio de los Deportes de Madrid al alemán Peter Weiland, defendiendo posteriormente su corona unos meses más tarde ante Jurgen Blin y perdiéndola poco después en Londres frente a Henry Coope.

Jose Manuel Ibar, «Urtain» fue campeón de Europa de pesos pesados en 1970.

Una auténtica fuerza de la naturaleza, el “Morrosko de Cestona” recuperó el título en 1971 tras vencer a Jack Bodell para perderlo definitivamente a mediados de 1972 contra Jurgen Blin que tuvo su revancha en Madrid. En tan solo dos años Urtain vivió en una montaña rusa mientras el régimen se subía sin dudarlo a lomos de su éxito. Posteriormente seguiría combatiendo, hasta 1977, año en el que tiró la toalla tras una década de peleas que le convirtieron en uno de los personajes más importantes de España, a la altura de los grandes toreros, futbolistas y folclóricas del momento.

Tras perder en la revancha ante Blin, Urtain no volvería a recuperar la corona europea.

Pero Urtain no fue el típico caso de boxeador hecho a sí mismo y que despunta desde muy joven. Fue un capricho de Francisco Franco que soñaba con un púgil que devolviera la gloria al boxeo español. Y es que el médico de cabecera del dictador, Vicente Gil, era a la vez el presidente de la Federación Española de Boxeo. La insistencia del dictador en encontrar un sustituto del mítico Paulino Uzcundun, como cuenta el periodista Alfredo Relaño en uno de sus capítulos de «Memorias en Blanco y Negro», fueron tomados por Gil como una orden y se puso manos a la obra hasta que localizó a un levantador de piedras con una fortaleza excepcional y al que poder esculpir hasta convertir en un diamante irrompible. Pero el primer intento no fue satisfactorio ya que primero apostó por José Antonio Lopetegui, padre del actual seleccionador nacional de fútbol, que prefirió quedarse en su tierra en el negocio familiar.

La segunda tentativa de Gil fue exitosa ya que dió con un forzudo célebre en su tierra por llegar a levantar hasta 250 kilos. Poco a poco los entrenadores fueron enseñando la técnica a un portento de la naturaleza que, finalmente en 1968 debutó en Santander y solo necesitó 17 segundos para tumbar a su rival, Johny Rodri. Sería el comienzo de una racha de 27 victorias consecutivas por KO, de las que muchos dudaban hasta que finalmente en 1970 derrotó a Weiland, también por KO, para convertirse en campeón de Europa y acallar las dudas. La carrera de Urtain terminaría con un último intento de recuperar el cetro que le hizo célebre. Fue en Amberes ante el belga Jean Pierre Coopman que le venció por KO para retirarle definitivamente del boxeo en una carrera que se resume en 68 combates con 53 victorias, 11 derrotas y cuatro combates nulos.

Urtain puso fin a su vida poco antes del comienzo de Barcelona 92 (Portada Diario «As»).

Posteriormente Urtain probó sin éxito la lucha libre y, tras trabajar en el restaurante de su hermano, decidió poner en marcha su propio negocio, el restaurante Urtain, en la misma calle en la que, agobiado por las deudas y enganchado a la bebida, decidió quitarse la vida saltando al vacío tras haber sido abandonado previamente por su mujer y sus hijos. Fue un triste final para uno de los mejores deportistas que había alumbrado España y que, por generación espontánea, como los Nieto, Santana, Seve Ballesteros o Bahamontes, hacían soñar a los españoles.

Paradójicamente con su muerte comenzaba otra era del deporte español. La de la planificación y la profesionalización que, en los últimos 30 años, han convertido a nuestro país en una de las potencias deportivas mundiales con algunos de los mejores deportistas de la historia en sus respectivas disciplinas. Y es que a los Rafa Nadal, Miguel Indurain, Marc Márquez o Ruth Beitia, se han unido numerosos éxitos en los deportes de equipo y se ha producido el despegue definitivo del deporte femenino. Por eso, este 25 de julio no sólo celebramos los 30 años de la inauguración de los Juegos de Barcelona sino también el fin de una época, con la simbólica muerte de Urtain y el comienzo de otra, la del éxito masivo del deporte español. 

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